06 diciembre 2010

Lunes, lunes, lunes...

Después de un finde semana súper intenso, el amanecer del lunes me llenó de vida. Es más, estuve a punto de pararme muy temprano para por fin iniciar mi vida maratonista. Pensé en Ricardo III y en la imagen que le daré todo bofo y sin un mímino de condición; finalmente preferí los "cinco minutos" y todo valió gorro. Aún así tuve el ánimo para leer en la ruta 10 (no pude caminar por el frío), sí, una novela que está de súper lujo: El clib de la salamandra de Jaime Alfonso Sandoval. No llevo mucho pero ando picado.
Al llegar al trabajo saludé a todos, en verdad me dió mucho gusto verlos e iniciar una semana, una de las últimas antes de irnos de vacaciones. Todo iba perfecto, de luejo hasta que llegaron las malas notas. No voy a decir nombres, pero el tener un hijo catatónico, un hermano enfermo a punto de perder algún brazo, y cosas que ya no debo decir, es más que suficiente para aplatanar la euforia y estacionarse en el estado común.

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