13 junio 2009

Óscar Escoffié y Los Versos Destierros invaden Puebla


Tuércele el cuello al Spleen, Sobre Arraigo Domiciliario de Óscar Escoffié Padilla


Hubo tres circunstancias extraordinarias por las cuales decidí presentar esta novela. La primera es la invitación de Andrés Cardo de Verso Destierro, editorial que admiro por su vocación y estrategia inteligente para difundir en cualquier espacio la poesía, sobre todo la poesía; la segunda, el tremendo epígrafe que abre la novela: “El inimaginable toque del tiempo” de Wordswoorth; pero sobre todo, el terrible vicio de nunca poderme negar a leer a un autor desconocido para mí, como es el caso de Óscar Escoffié. Bienvenido.
Por ahí alguien dijo que el terreno de la novela, es el terreno de lo imposible. Y ese imposible, que quizá sólo realizable en el terreno de la novela, significa precisamente: “torcerle el cuello al Spleen”, término que ya tenía rato que no veía planteado en textos recientemente publicados. Concepto olvidado por muchos escritores, pero que todos padecemos en nuestra cotidianidad, el Spleen, el aburrimiento de nosotros mismos, el hartazgo de nuestra vida.
Y creo que esto aplica a la novela de Óscar. Sin duda el planteamiento es arriesgado en estos tiempos de tanta moda “enciclopédica” que ha inundado el mercado editorial en toda Hispanoamérica. Encontrar una novela como esta es una apuesta al origen de la novela, es una apuesta a la sangre y a las entrañas como elementos básicos para ser novelista. Arraigo domiciliario cumple de sobra.
Con el título y las primeras líneas nos podemos dar cuenta de las intenciones del autor. Óscar Escoffié logra convertir ese gris significado en una metáfora durísima para la supuesta modernidad en la que vivimos.
La historia está narrada desde el margen, desde la intimidad de la vida diaria: Escuchemos el primer párrafo para que se den cuenta de lo que hablo: “Al solar de unos cientos treinta metros cuadrados donde estoy lo rodea una barda con zaguán y cuenta con un cuarto en obra negra, techado con acanaladas de asbesto rotas por donde lluvia y ratas entran a placer.”
Ese espacio por donde entra la lluvia y las ratas al placer, aunque no lo crean era un hogar en donde el protagonista, por cierto, profesor de bachillerato y escritor, muy parecido a los andan por esta preparatoria. Pues todo ese arraigo tranquilo se acaba con la presencia de un degenerado abuelo que llega a vivir con el profesor. Pero no piensen que se trata del clásico abuelo bonachón que gustozo subirse a los niños a las piernas para contarles historias, bueno, en realidad sí le gustaba subirse a las niñas a sus piernas pero en busca de oscuros y pervertidos placeres. Chequen como se definió: “El abuelito decía que tal como Dios tenía un hijo, Jesucristo, el Diablo también tenía uno y que ése era él. No estaba lejos de la verdad considerando que “diablo” viene del griego di-á-bo-los que significa “calumniador”: Inventó que cierto primo lo quiso asesinar electrocutándolo; que otro era homosexual; a las tías, numerosas amantes; otros le habían robado…y así hasta el infinito. Y todo lo contaba con la misma verdad y nada más que verdad”.
Pinche abuelo calientón y además chismoso: “Con irritación me replanté los dimes y diretes mientras viajaba hacia ningún lado. En resumen, el abuelo andaba por ahí divirtiéndose en decir que yo me aprovechaba de la niña, que le cobraba caro la compra de dulces. Luego la encontraron ultrajada y muerta a las afueras del suburbio, y el culpable era yo, deducían”.
La fuga de nuestro querido profesor se da por la reacción lógica que tienen los vecinos ante esa costumbre poco decente. Tiene que salir disparado e iniciar un éxodo hacia un arraigo salvaje dentro de la selva de los suburbios de la ciudad de México: hoteles de mala muerte, habitados por prostitutas y cucarachas, cuartuchos en donde nunca deja de hacerse presente una supuesta “pobreza” en donde el protagonista tiene la oportunidad de mirarse completamente desnudo, mirarse como un ser humano hecho de tripas y sangre, mirarse como un animal moribundo peleando por mantener vivo física y espiritualmente.
En esos caminos de los arraigos, Óscar Escoffié nos muestra que el discurso de la “libertad” en el mundo libre no es más que un mitote. El arraigo es un estado que la mayoría vivimos en nuestra cotidianidades, en nuestra costumbre burocrática de vivir, en la cotidianidad en la que encerramos. Contradictoriamente, el protagonista perseguido consigue llevar una vida distinta, alejada de las convenciones, en la aventura por alcanzar cierto éxtasis de sobrevivencia, le tuerce valientemente el cuello al aburrimiento.

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