29 septiembre 2008

Locos por vivir


En la página dieciséis de la Biblia de los vagos (On the Road de Jack Kerouac) el narrador confiesa: “la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul”.
La naturaleza de la novela está íntimamente relacionada con el ejercicio de la razón y su vástago: el orden. Sin embargo, las vanguardias artísticas de principio del siglo XX se encargaron de romper esos esquemas de las formas tradicionales del arte, con el futurismo, surrealismo, cubismo, ismos y más ismos hasta formar una lista interminable que hoy en día sigue creciendo, por absurdo que parezca.
El escenario de la energía vanguardista fue la poesía y las artes visuales. La novela fue olvidada por los escritores por ser un género burgués. Y serlo en realidad no importaba, lo que era imperdonable era parecerlo. Escribir novelas era de mal gusto, poco revolucionario. Y sin embargo se seguían escribiendo, con energía, pero sin lograr ese efecto en los lectores.
Por otro lado, la ciencia, el desarrollo industrial y la ambición de los poseedores del capital habían dibujado un mundo de progreso, aunque eso implicara entregar la vida a la patria en cualquier guerra, trabajar las ocho horas reglamentarias, permanecer aséptico, frío, encuadrado en el modelo de la gente de bien.
Al margen de la elite literaria europea, cuando las vanguardias estaban en proceso de envejecimiento, nace en San Francisco la generación Beat: Jack Kerouak, Allen Ginsberg, Gary Snyder, Gregory Corso, Margaret Randall, Diane di Prima y William Burroughs, narrador que hizo hasta lo imposible por desmarcarse de esa generación. Como antecedente directo tuvieron a la “Lost generation” con toda la pléyade de novelistas: John Dos Pasos, Scott Fitzgerald, Hemingway. Si ésta se nombró como la generación perdida por haber padecido la primera guerra mundial, los Beats se nombraron la “golpeada” por haber padecido la Segunda y Vietnam. A parte de ser los madreados, como los define José Agustín, Kerouac le agrega el significado de “beatitud o santidad”, haciendo un juego de palabras con las raíz latina de Beat. Sólo los sabios son Beatos, los que contemplan como “ángeles de apetitos mundanos”, como “espías de Dios” el fuego de la vida en la marginalidad.
El joven Jack Kerouac (1922-1969), escribe su primera novela On the Road en un periodo de tres semanas, casi sin dormir, sin comer y bajo los influjos del peyote, utilizando un rollo de teletipo para evitar cualquier clase de distracción a la hora de cambiar las hojas. Estamos hablando de alrededor de ¡cuatrocientas páginas! Y aunque esto forme parte de las leyendas urbanas que se empezaron a construir en torno a Kerouac, la novela se convirtió en el símbolo de esa generación. Miles de jóvenes que habían sido seducidos por la narrativa sincopada de Kerouac tomaron sus maletas para ir al viaje; a la vagancia como una vía de salvación mística.
On the road pudo identificarse con el ánimo de sus lectores por la energía que desprenden cada una de sus páginas. Sus personajes saltan de ciudad en ciudad, siempre viajando y discutiendo hasta el amanecer sobre la existencia del hombre. Cuando intento seguirlos sólo son perceptibles sus estelas de luz. Las líneas nos gritan: deja tu casa, deja a tu familia, incéndiate, vuela, entra a un éxtasis que te haga olvidar la patria, las guerras, busca el fuego primitivo. On the road es enérgica porque está desesperada. Kerouac sabían muy bien que había poco tiempo, los golpes les habían enseñado que el mundo podría acabar en cualquier momento y de un solo movimiento.
Kerouac y la mayoría de los Beats practicaban el budismo zen. Sabían muy bien los secretos de la respiración. Para leer en voz alta En el camino es necesario tomar todo el aliento posible, como si nos convirtiéramos en Charlie Parker dispuestos a tocar toda una noche el saxo. El mismo Kerouac quería que lo considerasen “un poeta jazzista que sopla un largo blues en un concierto durante la noche de un domingo”. La energía que expide ni siquiera llega a traducirse en palabras. A veces sólo es el ruido, onomatopeyas que producen el efecto de fuerza, velocidad y desesperación.
Otros de los miembros imprescindibles de la generación Beat es Allen Ginsberg, autor del Aullido publicado en 1955. Inmediatamente fue llevado a juicio por obscenidad y atentado a las buenas costumbres, haciendo que el poema se difundiera como pólvora. Pero si con Kerouac había que tomar aliento, de Ginsberg es necesario posesionarse. José Vicente Anaya lo nombró el “Diablo beat santificado”. Para leer el poema hay que gritarlo. Imaginen a Octavio Paz leyendo este poema con su porte amanerado en un programa especial de fundación televisa: Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura,/ hambrientas histéricas desnudas,/arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo,/ hipsters con cabezas de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial/ con el estrellado dínamo de la maquinaria nocturna,/ que pobres y harapientos y ojerosos y drogados pasaron la noche fumando/ en la oscuridad sobrenatural de apartamentos de agua fría, flotando sobre las cimas de las ciudades contemplando jazz,/ que desnudaron sus cerebros ante el cielo bajo y vieron ángeles /mahometanos tambaleándose sobre techos iluminados,/que pasaron por las universidades con radiantes ojos imperturbables/ alucinando Arkansas y tragedia en la luz de Blake entre los maestros de la guerra,/que fueron expulsados de las academias por locos y por publicar odas obscenas en las ventanas de la calavera. Definitivamente no es buena idea. Para leer un poema como estos, es preciso convertir nuestro aliento en fuego.
Precisamente esta es la principal aportación de la generación Beat, la fusión de la inteligencia y la espiritualidad con el resto del cuerpo, combinación que se presenta pocas veces dentro de la literatura occidental. Su vitalidad demarcó una ruptura profunda, no sólo dentro de la tradición literaria de Norteamérica, sino dentro de las entrañas sociales del país.
La generación de los sesenta y la contracultura en general deben en gran medida su existencia a la generación Beat. Con ellos se abre una nueva puerta hacia la experimentación en la literatura, pero quizá lo más significativo es que la generación haya servido para que muchos jóvenes tomaran la decisión de dar la espalda al establishment.
Sin embargo, todo llega a un fin. William Burroughs comenta que no sólo agotó cientos de miles de ejemplares, sino vendió un trillón de pantalones Levis, un millón de máquinas de café express, además de haber aventado a miles de jóvenes a la carretera. Visión a profundidad, sin duda. El fuego primitivo, la desesperación y el grito de los Beats se convirtieron, junto con el rock, en las principales divisas de la comercialización de la cultura juvenil. Lo que ayer había provocado incendios, tiempo después se convirtió en producto al alcance de cualquiera, sin embargo, el efecto se traduce a un lenguaje cifrado, perceptible a penas entre unos pocos.
Sesenta años después de su publicación On the road sigue siendo leída; ahora en las academias. Me imagino que muy pocos de los que viven de la “contracultura”, saben de su existencia. Los Beats guardan su energía, sólo para los desesperados, los que sienten la necesidad de escaparse de los límites; los que piden ser salvados en un éxtasis liberador.

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