28 enero 2010

Texto de René Avilés Fabila sobre la aparición de la segunda edición de Tus zapatillas suenan a sexo


En México, buena parte de la literatura hecha por jóvenes es la más atractiva, la novedosa. Es experimental en el mejor sentido del término y audaz. Está en busca de nuevos códigos, de un lenguaje distinto al impuesto por las generaciones anteriores y por supuesto a estructuras diferentes. Atrae al lector, todo es cuestión de que quien edite la obra, cuento, novela o poesía, tenga la inteligencia de saber que no basta publicarla, es indispensable promoverla. En esta situación los lectores tenemos el volumen de trece cuentos, Tus zapatillas suenan a sexo de Ricardo Cartas. Desde el título, hay logros, conquistas, y las necesarias dosis de buen humor, ironía y antisolemnidad para saber que no nos quedaremos dormidos con el libro en las manos. Ricardo, a quien conocí hace algunas lunas en Puebla y hemos seguido viéndonos, muy a su pesar, es un buen ejemplo de esta nueva literatura de búsqueda. Pese a la diferencia de edades, confieso que la llevamos bien, de edades y de amores literarios, aunque aquí no estamos tan distantes: a los dos nos gusta padecer nostalgias por las viejas vanguardias. Tenemos claro que todo atisbo de audacia o novedad, pronto se atora, envejece y termina por momificarse. A Cartas, le pegan los estridentistas y por ello, pienso, está en lo suyo, en el ultracostumbrismo que le encanta mencionar y que sólo él y sus cuates conocen o pueden definir y explicar. Si a uno le gusta el ultraísmo, el dadaísmo, el futurismo, el surrealismo o lo que sea, tiene que vivir con un pie en el pasado que fue vanguardia y otro en la imaginaria modernidad que poco ha logrado aportar y menos en México. Ricardo Cartas es un caso interesante, bajo su traje de académico, esconde su equipo de luchador, que a la menor provocación muestra con increíble sentido del humor. Así eran, por ejemplo, los surrealistas: uno los ve retratados muy serios y luego lee sus hazañas y desmadres, su ironía ante el mundo que los rodeaba (el primer acto surrealista es disparar el revólver contra una multitud) y ve que tenían doble o triple personalidad, salvo Dalí, para quien el surrealismo fue un pretexto para convertirse en millonario excéntrico y terminar sus días sin gracejos y por supuesto sin Gala (la perfecta esposa del hombre rico y exhibicionista): ambos lejos del movimiento que les permitió conocerse, del propio Paul Eluard, y manifestar su amor por el billete verde y las ideas políticas reaccionarias.
Conocí en México, DF, a casi todos los estrindentistas, llevé especial amistad, porque era muy amigo de mi padre, con Germán List Arzubide. Maples Arce y Arqueles Vela fueron amigos y maestros de mi madre. Son leyenda. Pero a mí (dizque ondero según la definición de Margo Glantz) sus consignas me parecían distantes. Viva el mole de guajolote me sonaba como anuncio de mole doña María. Pero respeté el mundo que crearon y la larga lucha que sostuvieron, infatigables, por sus principios, entre los cuales estaba detestar a los Contemporáneos, a quienes veían como puros maricones. En respuesta, los distinguidos miembros de este grupo que sólo tuvo puros exitosos (en especial Novo, Pellicer, Villaurrutia y Gorostiza), señalaban que los estridentistas todos eran malos poetas. Rubén Bonifaz Nuño, suele decir, que ambas formaciones literarias tenían razón.
Las vanguardias tiene muchas ventajas, la primera es que asustan al prójimo, lo aterran y lo irritan, pocos las comprenden. Son para una élite. La otra es que saben que van a morir, a convertirse en clásicas, lo que en su juventud rechazaron. La última es que sacuden el polvo que cubre las viejas ideas y los paradigmas que siempre se sienten instalados en la eternidad. Por fortuna, Ricardo Cartas lo sabe y en sus pláticas uno descubre que, por ejemplo, tiene muy claro que en las luchas todo está arreglado, como en la política mexicana. Así que la vanguardia en la que se ha instalado, el ultracostumbrismo, tendrá éxito y luego desaparecerá en los archivos del mar Muerto, es decir, en una biblioteca tediosa y quizá bella.
Cartas, con su juventud a cuestas, se ha hecho ya dueño de una sólida reputación literaria que confirma con sus conocimientos de lucha libre. Alguna vez le señalé una máscara plateada pequeña y dije casi seguro: la del Santo, ¿verdad? No, repuso, la del Místico. He leído sus relatos y todos son excelentes, a mí, cuentista por vocación y obra, me gustan, me entretienen y divierten, incluso, hasta me enseñan, aquello que pedían los clásicos del Siglo de Oro. En este libro, como en cualquiera de relatos, hay preferencias, El que le da título al libro me gustó mucho, como “El origen de la soledad” y con otros, “La noche de Karmatrón” y “Escuchando a Ninón”, me reí sin parar. Todos capturan, atraen, lo que es una virtud ante el regreso de las nuevas generaciones a la seriedad y a una suerte de formalidad antipática, todo para hacernos creer que hacen una literatura cosmopolita. Para qué doy ejemplos. No quiero más odios.
Ricardo Cartas, el Cartas como le dicen sus amigos, sabe narrar con notable habilidad, de muchas manera tiene una máquina como de ciencia-ficción, que atrapa las mentes de sus lectores. Uno escucha la orden sígueme y se ha perdido la voluntad, el libre albedrío y los deseos de leer a los santones de la literatura, que, por cierto, son de total hueva. Esto, es una ventaja, que cada relato te obligue a seguir y a pasar al siguiente. Algunos son intensos, conmovedores. Uno de ellos es “la vida es una jodida broma”. Ante una pequeña tragedia, el narrador se siente acosado por la inmortalidad de Borges, achicado, diría el propio escritor porteño. O quizá sea mejor pensar en que la gloria de los héroes no invalida ni minimiza las desventuras de otros. Dudo que Cartas haya tenido intenciones moralizantes, imposible, pero la vida y más el arte, tienen caminos insospechados. Que un europeo nos vea con interés exótico y sepa más que nosotros es normal, que nos entienda, nunca. La lista de grandes escritores que aquí han hecho libros memorables es larga. Pero muy a su pesar, al mezcal o a la cantidad de mole que hayan ingerido, como a los gringos, les resulta imposible atinar, saber qué somos o qué pensamos, para qué carajos estamos aquí. En los últimos años, algunos se han conformado con leer a Octavio Paz sin pasar por Samuel Ramos ni asomarse a Rubén Salazar Mallén y de este modo imaginan conocer al mexicano y lo mexicano. Al revés, los nacidos en esta patria morena y cursi, todo es fácil porque desde niños nos dieron historia universal, como para prepararnos un relativo ingreso en el primer mundo. Recuerdo que cuando llegué a París a estudiar el posgrado, los biznietos de los franchutes que padecieron una lección en Puebla, se asombraban de lo que yo sabía de su país, mientras que ellos nada sabían sobre el mío. Ni siquiera que Black Shadow había perdido la máscara a manos del Santo y que Blue Demon no pudo reponerse de la tragedia.
Pero me estoy poniendo solemne y el libro de Ricardo Cartas no la admite, al menos en sus formas más convencionales. Los personajes, sus héroes de bolsillo o mejor dicho, sus antihéroes, están muy logrados, los diálogos son veloces, como topes voladores de algún luchador eficaz y rudo. En “Maldecida” hay mucho de lo que digo: un lenguaje poco denso, espléndido y una historia grata, que destila ironía y dobles ideas. Cartas seleccionó como título del libro, el mismo nombre que le puso a su cuento “Tus zapatillas suenan a sexo”, imagino que aparte de ser un título afortunado, atractivo, se lo dio a la obra total porque lo considera buen relato. Tienes razón, es un texto construido como novela o con secuencias rápidas que mezclan de manera satisfactoria el diálogo y la narración. Es sin duda, uno de los mejores cuentos del libro.
Pero he hablado del Ricardo Cartas que medio conozco, de sus cuentos y los que más me llamaron la atención, así que como que llegó el momento de que cada lector sepa de sus historias, las haga suyas, diga cuál le gusta más y cuál menos o si le parece que todas tiene intensidad semejante. Es un libro notable que vale la pena leer. De cuantos escritores jóvenes conozco (y conozco bastantes a través de concursos, talleres y cursos, que me tocan), es de lo mejor, de lo más sólido: un escritor que ya trabaja con plena madurez y dominio de la literatura. Buena onda como amigo, espléndido compañero de aventuras nocturnas, buen funcionario universitario y ameno profesor, Ricardo Cartas muestra su mejor faceta, la del narrador. Con Tus zapatillas suenan a sexo (idea que me inquieta positivamente) ocupa un sitio destacado en las jóvenes letras mexicanas.
René Avilés Fabila

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