20 abril 2008

¡Alerta!, ¡Alerta!, el ENLACE llega a Puebla


Ricardo Cartas estrena su Columna en el periódico El Columnista. El nombre de la sección es De sobre mesa, haciendo un poco de homenaje de la novela desconocida del Modernismo de José Asunción Silva.


Les adelanto la columna.


Tal parece que no aprendemos nada de nuestra historia. ¿Cuántas evaluaciones, proyectos remediales, “nuevos programas académicos”, grandiosas reformas educativas ha sufrido la educación en México durante los últimos años? Los especialistas y numeralios saben bien las cifras y hasta son capaces de hipnotizarnos con argumentos propios de la clase. Pero lo que se ve, no se juzga. Ante los ojos inquisidores (que siempre hay muchos) otra evaluación más es materia perfecta para afilar cuchillos para extirpar tumores cancerígenos. Quizá sea una buena medida, pero no la más conveniente.
El fin de todas las evaluaciones tradicionales (quizá el examen), destaca conocimientos no significativos, es decir, sin uso práctico, y aunque suene a lugar común, los muchachos al paso del tiempo olvidan todo ese cúmulo de conocimientos que tantos dolores de cabeza provocaron en su momento.
¿Para qué la prueba? La respuesta institucional deja en claro que se trata de hacer un análisis para ver el estado en el que se encuentran las instituciones examinadas, los alumnos, profesores, y directivos. Hasta ahí vamos bien; pero todos los que más o menos estamos metidos en el rollo de la educación (perdón: en el proceso de enseñanza-aprendizaje) sabemos que se trata de un aparato que tiene múltiples finalidades: coartar autonomías (nada raro), pero sobre todo imponer un canon federal, un punto de partida para poder monitorear el desarrollo de las escuelas; sin embargo, durante toda la semana pasada en programas radiofónicos se estuvieron denunciando anomalías dignas de nuestra picaresca: “Que el director fulanito de tal sólo citó a sus alumnos más picudos para que presentaran el examen, a los burros se les dio el día libre”. Ustedes, queridos lectores, seguramente estarán pensando: “A fuerza, si los mexicanos siempre nos las arreglamos para salir bien”, pues sí, efectivamente, nuestra tradición de maquillistas se impone, pero déjenme decirles que la culpa no es del hábil director; el problema es el planteamiento de la prueba. Si a los directores y profesores se les exige salir bien en las pruebas, seguramente buscarán las formas para hacerlo, por eso no hay que preocuparse.
Pero imaginen si el planteamiento fuera distinto, que la prueba se diseñara no de manera estandarizada, sino de manera particular, cuestionándose los intereses de cada una de las escuelas, de sus tradiciones académicas, con una serie de reactivos que tuvieran como finalidad observar los conocimientos significativos que se extraen de la escuela. Una pregunta simple, y que quizá ya esté olvidada por los diseñadores de este tipo de pruebas: ¿Para qué te sirve estar inscrito en esta escuela? ¿En qué ha cambiado tu vida desde que estás en esta escuela? ¿Para tu proyecto de vida crees que sea necesaria la escuela? Creo que a pesar de la sencillez de las preguntas, las respuestas nos ayudarían muchísimo a reflexionar sobre los proyectos educativos que necesita el país. Pero lo que es claro, es que con estas preguntas, los cañones se voltearían. Quizá con eso entenderíamos la existencia del desdén que existe entre los jóvenes estudiantes hacia las instituciones educativas. Observaríamos con tristeza, los valores reales (y no los discursivos) que rigen la cotidianidad de los muchachos, pero sobre todo, el origen de nuestro fracaso.
Le deseo buena suerte al ENLACE, pero que quede claro, la información que se pretende extraer de esa prueba no es la que necesitamos para despegar en el terreno educativo. Otro fracaso a la vista.

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