29 junio 2009
Elogio del hombre común y corriente (Columna de Roberto Martínez Garcilazo)
No roba al erario. No miente descaradamente en público. No tiene cargo de representación popular alguno. No tiene un ejército de sirvientes y guardaespaldas a su servicio. No acude a restaurantes de moda acompañado de un séquito a consumir aguardientes, vinos y viandas a cuenta del presupuesto oficial. Paga sus cuentas con el dinero de su salario. Vive al día. No tiene cuentas bancarias ocultas. No tiene jet privado, ni yate, ni lujosas propiedades inmobiliarias registradas con nombres de incondicionales. Sus esperanzas y alegrías son las fundamentales de la vida: una vida mejor para los suyos y la felicidad de los que ama. Nunca ha pretendido salvar el país, ni preservar los supremos valores de la patria. Estudió en escuelas públicas y también sus hijos. No sabe fingir sonrisas, no puede abrazar hipócritamente a sus enemigos. No tiene carnet de militancia, ni sotanas en su ropero. Sus días son de constante esfuerzo para conseguir el sustento material y espiritual de su vida. No viaja a Finlandia los fines de semana para tomar vodka con hielo de glaciar. No viste prendas a la medida, ni porta joyas que valen años de salarios mínimos. Lo suyo es la vida verdadera que día a día se edifica con palabras transparentes y obras propias. Su destino no ha quitado a otros su destino. No tiene un harén de Lolitas y Adonis, ni consume drogas de primera, ni es dueño de empresas trasnacionales, ni de televisoras, ni de periódicos, ni de partidos. No predica verdades reveladas por dios, las finanzas globales o la democracia electoral moderna. Lee con miedo y reprobación las noticias de crímenes y escandalosos peculados. Trabaja cada día para conseguir lo suyo. No aparecen las fotos de su cumpleaños en las revistas de sociales de la oligarquía. No tiene casa propia y su auto –si lo posee- no es del año. No es un cínico profesional; el egoísmo y la codicia no son el norte de sus días. Compra en el mercado, guisa para los suyos, conoce a los vecinos de su calle y comparte con ellos la desconfianza que les inspiran todos los candidatos de lo que sea. Sabe de las grandes miserias personales de los poderosos en los diarios y en la televisión. Piensa que el mundo es de todos y que los otros no tienen derecho a quitarle lo que le toca.
No tiene poder, no es dueño de empresas, no tiene acciones en la banca: es el ciudadano que casi nunca tiene dinero para acabar la quincena y que dentro de seis días irá (¿irá?) a la casilla electoral. Es el hombre común y corriente –piedra profunda del cimiento de la democracia- cuyo nombre desaparecerá cuando su ordinaria vida se extinga.
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1 comentario:
eso estuvo muy bueno
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