¡Que se mueran los intelectuales! de Armando González Torres
Qué se puede esperar de un libro con tan prometedor título?
Desde el día en que Roberto Martínez Garcilazo me hizo el favor de hacerme llegar el libro, algunos amigos que me iba encontrando en el camino, no dudaron en hacerme bromas; otros, de plano, no pudieron esconder su malestar al sentirse como blanco de tiro; pero eso sí, nadie mostró indiferencia, gran mérito para el que haya sugerido el título.
¡Que se mueran los intelectuales! es un compendio de aristas críticas acerca del mundillo intelectual, de sus costumbres, vicios, honestas y su particular manera de sobrevivir y sobresalir en el mundo de la culturita, pero también de retratos honestos y ejemplares. Dividido en cinco partes: "Saber y lectura", "¡Que se mueran los intelectuales!", "Retratos ejemplares", "Bestias negras", y "El arte de la envidia", el autor de Las guerras culturales de Octavio Paz, nos entrega uno de los trabajos de divulgación acerca de la atmósfera picaresca de la intelectualidad. Los títulos a la primera ojeada me dejaron un sabor al clásico inquisidor que desde la cueva observa la caída de los hombres; sin embargo, Armando González Torres lo hace desde el propio medio intelectual. Muestra, desde su experiencia, las terribles fobias y vicios de las que somos víctimas en algunos casos y artífices en otros, los intelectuales. Lo que salta a la vista, es la capacidad de Armando para reconocerse, la madurez con la que llega a burlarse de sí mismo.
Sentido del humor y crítica son los elementos que permean a la mayoría de los breves pero contundentes artículos de este libro, que desde su estructura Varia, dispara sus balas expansivas.
Uno de los planteamientos que persigue el autor en muchos de sus artículos, es la relación del libro y el poder. El libro, siempre considerado como el objeto que dota de sabiduría, tiene una estrecha relación con el ejercicio de poder, ambos se constituyen y se deforman.
Es verdad y observable desde la experiencia cotidiana. El mejor ejemplo son aquellos tipos de amplio léxico, lectores obsesivos de novedades, que pueden encantar a la miope clase política . Pero también existe el otro lector afecto a los buenos libros, aquellos que no llevan sobre su espalda la utilidad, los que forman, los que se vuelven parte de nosotros y que nos enseñan a guardar silencio -en palabras del autor.
Comparto con Armando muchos de sus planteamientos. Yo que pensé que era el único que notaba algo raro en las librerías. He de confesar que he dejado de ir a ellas por un sentimiento de agobio al ver tantos títulos, de muy alto precio, por cierto. Aquí mismo en esta ciudad de diez años para acá hemos visto el surgimiento de cadenas de librerías, verdaderos monopolios que dejan con los brazos cruzados a los antiguos libreros ¿qué es lo que pasa, entonces? ¿Por qué tantas editoriales y enormes tirajes para tan pocos lectores? ¿serán algunas gotas de miel de nuestra recién nacida democracia? Para contrarrestar este fenómeno no faltará el que se refugie en la nostalgia de la elite, pero no creo que esa sea la solución, quizá el problema como lo dice Armando sea la orientación del escritor, sus fines y compromisos con la literatura.
La cultura libresca se observa semidescremada, la cantidad de colecciones basura lo demuestra. El libro ha pasado de ser un objeto que acompaña a lo largo de una vida a un artículo de entretenimiento y distinción social.
Las mismas bibliotecas que antes eran consideradas como las madrigueras de ratones eruditos, hoy están convertidas en la decoración preferida de las clases políticas, han dejado de ser como dice Armando: “ en un ideal de vida resumido en un conjunto de más o menos razonado de libros, que esboza las preguntas que deseamos plantearnos y respondernos”.
Los nuevos lectores y algunos jubilados lo que menos desean es establecer un diálogo con las voces y las ideas, no se busca, en palabras del autor, que alimenten nuestras esperanzas de trascendernos y de ser distintos a nosotros mismos.
Pero llegamos la plato fuerte, a la sección que lleva el nombre de este libro "¡Que se mueran los intelectuales!" Y vaya que si es un buen tema de crítica. Comencemos con una serie de preguntas que se hace el autor ¿Son los intelectuales una serie de grupos de profesionales con intereses particulares legítimos, o son, como muchos de ellos gustan reputarse, una clase universal que defiende los más altos valores colectivos? ¿Los escritores son esos profetas románticos que alumbran la escena social, o son productores de textos en serie? ¿A qué hora escriben y, sobre todo, lee un escritor que aparece en todos los foros y tiene una vida social más agitada que la de cualquier publirrelacionista?
A más de uno nos ha quedado el saco.
No dudo, que para cada una de las preguntas que se hizo Armando exista una larga lista de autores, pero el de estos tiempos, sin duda, se dirige al tipo publirrelacionista. Mucho de su éxito tendrá que ver con esas habilidades, o mejor dicho, de eso dependerá. Esa nueva dirección banaliza el ejercicio intelectual y provoca la desconfianza en los intelectuales.
Por otro lado los académicos, ante una necesidad de híperespecialización se recluyen en los cubículos, cediéndoles el paso a las vedets de la palabra, a los que siempre opinan con tino, y que desde luego están al servicio de alguien quizá sin que ellos mismos lo sepan: “El intelectual ha sido ídolo y chivo expiatorio, mártir y villano, modelo de virtudes y muestrario de vicios, faro de las masas y bufón de los poderosos”
"¡Que se mueran los intelectuales!" llena un vacío en el ambiente cultural de México, es un espacio en donde nos brinda la oportunidad de vernos reflejados y ejercer la crítica. Sin duda es un libro valioso para todos los que deseen explorar el tema, ya que Armando retoma distintos estudios y casos que el lector puede desconocer.
Para Armando González Torres, un buen lector es aquel que no pueda medirse por los libros que consume, sino por los que evita leer. ¡Que se mueran los intelectuales! Tendrá buena recepción por esos buenos lectores a pesar de sentirse aludidos por la mira del autor, pero dentro sabrán que es una buena oportunidad para reírse de ellos mismos y quizá comprender el entramado de la Cultura y la Culturita.
3 comentarios:
Por eso: ¡que se mueran los Fuentes, las Poniatowska y los Monsiváis! ¡Que se mueran! (Al "dandy guerrillero", a la Poni princesa revolucionaria y al Monsi opinotodo, ejemplos y moldes de novelistas, poetas y cronistas vueltos mediáticamente “intelectuales públicos comprometidos”, no les falta mucho para en realidad morirse. Pero el problema mexicano seguirá, desde luego: con/por sus alumnos e imitadores. Y los -generalmente malos- escritores "yo cambio el mundo" o "yo soy pueblo y vengo a sentenciar" que se les sumen).
Saludos,
JRLRC.
"Se publican muchos libros escritos por estúpidos, porque a primera vista son muy convincentes. El redactor editorial no está obligado a reconocer al estúpido. No lo hace la academia de ciencias, ¿por qué tendría que hacerlo él?"
UMBERTO ECO
EL PÈNDULO DE FOUCALT
intelectual.
(Del lat. intellectuālis).
1. adj. Perteneciente o relativo al entendimiento.
2. adj. Espiritual, incorporal.
3. adj. Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras.
Diccionario de la R.A.E.
Después de ese bagaje que he utilizado como preámbulo haré el siguiente comentario a tu post pero, sobre todo, un comentario a priori a la lectura del libro y utilizando los datos que en el mismo post mencionas.
Siempre , al igual que otros, pensé que llevar la cultura a las masas sería una forma de retirar el yugo del cuello y dar la posibilidad de una sociedad más libre, más pensante pero, qué entender por cultura.
Si bien el título del libro es bastante ingenioso, qué intelectuales son los que deberían morir.
A) Aquellos que han modificado al mundo con sus ideas y han luchado por sus ideales.
B) Aquellas personas que se han convertido en intelectuales por mero gusto del público que necesitados de una identificación cercana con el intelecto los ha consagrado para no sentirlos tan distantes -sin saber que el título los alejará irremediablemente de estos.
C)Aquellos que recurren a la palabra exótica, a la bufanda, al gazné.
D)Aquellos que se sienten intelectuales por el simple hecho de haber leido una obra de Gabriel García Márquez, Caldo de gallina para el alma, o el Código Da Vinci ya se consideran "dignos" de ingresar al gremio de los intelectuales.
Y como el proposito de este comentario no era abrir interrogantes sino opinar sobre lo escrito aquí va esto.
Cierto que el mundo de los intelectuales tiene un sinfín de hábitos curiosos muy parecido con el de los Geeks (para leer : http://elinfinitopaoyu.blogspot.com/2009/02/ok-ok-im-geek.html )
o aquellos que aquejan al mentado Club de la Serpiente, pero será necesario que estos seres -por así llamarlos- sufran la pena capital.
Estoy en total acuerdo contigo sobre la pena que da entrar ahora a las bibliotecas, somos una generación más de escritores que de lectores, y es hasta desquiciante sentirse agobiado por tantos autores que probablemente no hayan leido nisiquiera sobre el tema que están tratando.
Hubo un día que escuché a Enrique Doger Gerrero y a Melquiades Morales hablar sobre la obra de Carlos Fuentes, fué patético verlos ante ese escritor dándose muestras de haber leido todas sus obras sin darse cuenta que todos los presentes notamos el desconcierto al mencionar algunas líneas.
Sobre los productores de libros en serie, considero que sólo hubo un Balzac y como publicistas sólo hubo un Dalí, yo soy de aquellos que se apegan más a los consagrados y miro con terror a los autores nuevos.
RÍETE DE LOS QUE HAN LEÍDO A NIETZCHE PERO NO SABEN QUIÉN FUÉ ARISTÓTELES.
Y ya para terminar este bendito y mal logrado monólogo citaré a Borges. “Uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe.”
SALUDOS
Por cierto...
Mi pertenencia al grupo de los "intelectuales está a la misma distancia que la que existe entre el Sol y la penúltima estrella de la Galaxia, si aclaro, de la penúltima.....
SALUDOS
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